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domingo, 8 de septiembre de 2019

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¿Puede el básquetbol salvar a una persona?

Francisco Aranda dice que sí. Él es un ex jugador de básquetbol profesional que hace unos años se hizo una pregunta fundamental: ¿Cómo devuelvo la mano por todo lo que este deporte hizo por mí? Buscando una respuesta, hoy empuja una fundación que transforma en canchas de uso familiar los espacios tomados por el narcotráfico y enseña básquetbol en cárceles.
En la vieja multicancha de la Villa La Reina, el emblemático proyecto de autoconstrucción creado en 1964 en esa comuna por el ex alcalde y arquitecto Fernando Castillo Velasco, ocho equipos disputan la última fecha del tour nacional de básquetbol 3×3. Se trata de una variación que se juega en un solo aro con tres jugadores por equipo y que hoy postula a ser deporte olímpico. A la orilla de la cancha, ese sábado en la mañana, hay un DJ que pone música, carritos de hot dogs y mote con huesillos, niños montados en juegos infantiles y muchas familias.

Francisco Aranda (45, profesor de educación física y ex jugador de básquetbol profesional) ejerce como organizador del campeonato y se divide entre las indicaciones para la gente de los carritos, el DJ y el equipo con el que participa del torneo.

Aranda es hijo de profesores -ella, de matemáticas, con un largo recorrido en escuelas públicas; y él, de educación física, con más de 40 años en el Sagrados Corazones de Manquehue- y reconoce sin complejos que es lo que es gracias al básquetbol. Es también el fundador del club deportivo Nido de Cóndores de La Reina y el encargado de deportes de la fundación Chilean Urban Resilient People, conocida simplemente como CURP. Ambas organizaciones restauraron esta cancha que hace no mucho era un peladero y no el lugar familiar de hoy.
A 10 metros de la cancha, bajando una pendiente, hay un recuerdo de cómo era antes este sitio. Se ven latas de cerveza, zapatillas guachas, una barbie desguañangada, una parka vieja y cientos de colillas de lo que podría haber sido pasta base. La escena la mira Belén Vásquez, magíster en políticas públicas y seguridad ciudadana, directora de CURP y esposa de Aranda. Dice que así era todo este lugar cuando llegaron a principios del 2018.
ARANDA DEBAJO DE UNO DE LOS DOS AROS QUE INSTALÓ EN ESTA CANCHA.
FOTO: MARIO TELLEZ
“Acá había personas en situación de calle durmiendo en los juegos infantiles, que tuvimos que limpiar con hidrolavadoras para sacarle el olor a orina. También había una choza donde vivía una persona que vendía pasta base. Acá entraban, iban a la choza, compraban y se ponían a fumar”, explica Vásquez.

El cambio

El 2011 fue un año clave en las vidas de Francisco Aranda y Belén Vásquez. Él dejó de jugar en la Liga Nacional -la máxima categoría del básquetbol en el país- y la vida itinerante que llevó por 15 años como jugador profesional. Esa que lo tuvo viviendo en Valdivia, Los Andes, Talca y Castro; siempre con la misma rutina: pasaba los ocho meses que dura la temporada del básquetbol en regiones y volvía el resto del año a Santiago para estudiar de a poco su carrera como profesor de educación física.
El matrimonio se estableció definitivamente en Santiago. Así llegaron los hijos -Pablo, de 8; y Zoe, de 6- y la idea de Francisco de devolver la mano por lo que el básquetbol había hecho por él: la posibilidad de conocer el mundo y recibir becas en el colegio y la universidad. Está especialmente agradecido de la Universidad de Chile, el club de toda su vida, que protagoniza un tatuaje sobre su hombro derecho.
“En 2013 a Belén le entra el concepto de resiliencia urbana y lo empieza a trabajar. Yo la acompañaba cuando ella visitaba los barrios y muchas veces veía las canchas botadas”, recuerda Aranda, sobre el primer impulso para la creación de CURP, fundación que se les ocurrió en 2015 y recién este año se constituyó legalmente.
La idea del proyecto siempre fue recuperar espacios de la ciudad “tomados” por la delincuencia o las drogas. Pero sentían que les faltaba una vuelta de tuerca, una primera etapa que los fogueara.

“Acá había personas en situación de calle durmiendo en los juegos infantiles, que tuvimos que limpiar con hidrolavadoras para sacarle el olor a orina. También había una choza donde vivía una persona que vendía pasta base. Acá entraban, iban a la choza, compraban y se ponían a fumar”, explica Belén Vásquez.

Y eso que les faltaba se dio en 2016, en una conversación con amigos que Francisco había hecho en Terapia Ocupacional, su primera carrera que no terminó. Durante una reunión social, les propuso a conocidos que trabajaban en Gendarmería hacer un taller de básquetbol en cárceles. “Les dije que era un deporte que ayuda a las normas, a la resolución pacífica de problemas, a trabajar en equipo y que, además, como no sale todo el día en la tele, se debe aprender a jugar. Pasó un mes y me llamaron para hacerlo”.

Dentro y fuera de la reja

En agosto de 2016, Aranda llegó a las cárceles Colina 1 y 2. La idea era hacer clínicas de básquetbol para 20 personas. Eso le resultó en el primer penal, pero no en el segundo. Allí, toda su planificación se esfumó el primer día. Cuando llegó a Colina 2, lo recibió el profesor de educación física del penal, quien le explico que tenían problemas en la calle 3, uno de los sectores de esta cárcel, y querían hacer la actividad específicamente allí. “Yo pensé que el 3 era mi número de la suerte y partí a conocer el lugar. Llegamos con el gendarme, nos vino a recibir el encargado de deportes que tienen los mismos reos y entramos a la calle. A la entrada había un tipo en el suelo afilando un estoque que nos quedó mirando. Esa fue mi bienvenida”, dice.
La experiencia continuó en la ex Penitenciaría y en la Cárcel de Puente Alto, donde dictó talleres entre octubre de 2017 y febrero de 2018. En Puente Alto tuvo que enfrentar algunos problemas, como que no lo dejaron ingresar ni armar un aro de básquetbol dentro del penal. Aranda lo solucionó soldando uno a un arco de fútbol.
“Trabajar allá adentro no es tan distinto a hacerlo en cualquier otra parte. Son las mismas órdenes que uno da en todos lados: se piden materiales, respeto hacia ellos mismos y con eso me doy por pagado. Adentro me di cuenta del valor y el respeto que le dan a la actividad física y al profesor. Nunca me sentí inseguro”, explica Aranda, quien también es profesor de educación física en el colegio Sagrados Corazones de Manquehue.
EL EX BASQUETBOLISTA MIRANDO LA CANCHA RECUPERADA. FOTO: MARIO TÉLLEZ
Otra cosa de la que se dio cuenta trabajando en cárceles es de lo difícil que es la reinserción de los reos cuando salen en libertad. Eso lo motivó a buscarle una vuelta al trabajo con ellos cuando dejan los penales: por eso, los incluyó en su proyecto de recuperación de barrios. Su mujer estuvo de acuerdo en que era muy necesario: “En esta experiencia vimos que hay cadenas familiares de comisión de delito. Entra a la cárcel alguien por tráfico y se hace cargo del negocio su hijo. Entra el hijo y se hace cargo el sobrino. Es súper replicable el modelo y no hacemos nada para que cuando salgan puedan hacer otra cosa, por eso vuelven al tráfico”.
Esa convicción calzó con la segunda parte del proyecto de la fundación, que intenta recuperar espacios abandonados de la ciudad -como lo que hicieron en Villa La Reina- para levantar en ellos canchas de básquetbol 3×3. El círculo virtuoso se cierra con quienes esperan que sean los árbitros y asistentes de los futuros torneos que se hagan en estas canchas recuperadas: serán los mismos reos que han sido capacitados en los talleres de las cárceles, una vez que salgan en libertad.

En el barrio

Con esa idea, empezaron el año pasado a buscar lugares en los barrios. El primer contacto llegó con el departamento de deportes de la Municipalidad de La Reina, donde les ofrecieron varios sitios en comodato con renovación anual. Entre ellos estaba la multicancha de Villa La Reina. Aranda fue a conocerla con Cristián Labbé, director deportivo de la municipalidad, y se dio cuenta de inmediato que era el espacio indicado: desde 2016, este sector está calificado por el Ministerio Público como uno de los 426 barrios críticos del país tomados por el narcotráfico.
Aranda se puso manos a la obra. Había que cortar el pasto y retirar una reja de tres metros de alto que rodeaba la cancha. Aunque lo más complejo era expulsar a los viejos inquilinos: personas en situación de calle y vendedores y consumidores de drogas.
“Fue lo que llamamos ‘un desalojo pacífico’. Ellos estaban acostumbrados a que esto fuera un peladero, pero empecé a venir con mi familia. Poníamos una mesita, traíamos sanguchitos y café. Así empezamos a ocupar el espacio y fuimos conociendo al tipo que dormía en los juegos infantiles y a los que llegaban a consumir. De a poco se empezaron a ir solos, no tuvimos que llamar a la policía. Aunque aún hay algunos que pasan”, dice Aranda sentado en la misma cancha unos días después del campeonato de 3×3. De reojo mira a un tipo con pantalones anchos y gorra de visera plana que se pasea y fuma algo a un costado de los camarines.

“Llegamos con el gendarme, nos vino a recibir el encargado de deportes que tienen los mismos reos y entramos a la calle. A la entrada había un tipo en el suelo afilando un estoque que nos quedó mirando. Esa fue mi bienvenida”, recuerda Francisco Aranda.

El trabajo en La Reina terminó en mayo de este año cuando pintaron la cancha y pusieron los cestos, lo que se coronó el sábado pasado con el campeonato. Todo lo hicieron con aportes de privados a través de Ley de Donaciones, vía por la que hasta esta semana habían reunido 17 millones de pesos.
¿Qué tiene el básquetbol de especial para ayudar a las personas? Ante esa pregunta, Aranda piensa qué decir. Mira una micro que sube traqueteando por avenida Talinay y ensaya una respuesta que habla de un deporte colectivo donde se aprende a trabajar en equipo y que entrega herramientas sociales para relacionarse con los demás. Explica que además ayuda a trabajar la tolerancia a la frustración, el respeto a las normas, los turnos y el sacrificio por el bien común. Por último, agrega que es un deporte dinámico: puedes ganar o perder un partido en un segundo, por lo que tienes que mantener la atención. “Y así es como tiene que ser un niño: despierto”, remata, satisfecho con su respuesta.
Comenta entonces lo que le vio a un grupo ucraniano que hace básquetbol 3×3 en sectores de riesgo social y que tiene mucho de lo que él sueña: DJ, equipos de danza y de pintura. La idea es no mostrar sólo este deporte, sino todo el ambiente urbano que trae consigo.
Patricia Aranda, hermana de Francisco y encargada de la relación con la comunidad en el club, se preocupa de esta tarea. Dice que esperan reunir fondos para levantar, a una orilla de la cancha, un salón que sirva como centro cultural y un estudio de grabación para producir discos de hip hop. Además, quieren ofrecer talleres de danza y tejido a la comunidad. “Aparte de trabajar con los niños, queremos trabajar con su entorno. Sabemos que ellos no vienen solos a la cancha, sino con la mamá, el hermano, el tío. Queremos poder trabajar con la familia”, cuenta.
El proyecto entra ahora en su próxima etapa: echar a andar las academias gratuitas de básquetbol para niños de 8 a 14 años en colegios municipales de La Reina. El proyecto permitirá a cada escuela inscribir 75 alumnos. Para eso, la fundación tiene hasta el inicio del próximo año escolar para levantar financiamiento. Además, quieren replicar el plan en otras zonas de la capital: para eso están recopilando información en 36 barrios de Maipú, San Bernardo y Cerro Navia, con condiciones sociales, culturales y de infraestructura deportiva similares a Villa La Reina.
ARANDA Y LA CANCHA A SUS ESPALDAS. FOTO: MARIO TÉLLEZ
Mientras tanto, Francisco Aranda sigue sobre la cancha con una pelota anaranjada entre las manos. Sabe que más allá de su nuevo rol, lo suyo está ahí, frente al aro. Por eso, no para: el fin de semana pasado jugó un partido por el club San Juan Evangelista, en lo que vendría a ser la tercera división del básquetbol nacional; es parte de la selección chilena de mayores de 40 años; y además participa de los torneos de 3×3 que él mismo organiza.
-¿Hasta cuándo quieres jugar?
-Hasta que el de arriba me diga…
-¿Pero cuándo?
-Hasta que pueda, siempre lo he dicho: si puedo jugar una vez más, ya estoy pagado. Si me dan la posibilidad de otra, voy; y otra más, voy también. Podría caer dentro de la cancha para despedirme.

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